Mirando hacia adentro: la maternidad, una lección de amor

Anne McGuire

27 de abril de 2012

Un vistazo reciente a la maternidad me ayuda a comprender una vez más que estoy llamada a la profundidad y riqueza de un amor que transforma mi vida. Esta semana, hablé con mi íntima amiga Amy, que acaba de dar a luz a su primer hijo: un bebé llamado Joseph. Durante nuestra conversación, compartió su experiencia sobre la maternidad. Reflexionar sobre sus palabras en el contexto de otras experiencias de vida despierta en mí la conciencia de lo que significa amar, la invitación a sumergirme en la profundidad del amor y el impacto de esta invitación en mi vida.

En su Carta a las familias, el Beato Juan Pablo II nos dice que "el amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo". Es más, "no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino es en la entrega sincera de sí mismo'" (énfasis añadido). Aprendemos qué significa amar mediante la gente y las circunstancias en nuestra vida, como lo comprobé en la experiencia de Amy como madre joven. Ella ya ha descubierto la completa entrega de sí que exige la maternidad, desde el costo físico de dar a luz hasta la entrega absoluta de su tiempo.

Esta conversación me impactó más que conversaciones similares porque Amy relacionó estos desafíos directamente con aprender sobre el significado del sacrificio. Mediante estos desafíos es invitada a vivir la verdad que se menciona en Carta a las familias: "paternidad y maternidad son en sí mismas una particular confirmación del amor, cuya extensión y profundidad originaria nos descubren".

Al finalizar nuestra conversación, me sorprendió la diferencia entre nuestras vidas y la comprensión de que tengo mucho que aprender sobre el amor. Al principio, me sentí inclinada a pensar que esta instrucción en el amor que la maternidad le ofrece a Amy era algo que, básicamente, me deparará mi futuro lejano. Pero al reflexionar más profundamente, comprendo que es una invitación a descubrir qué significa amar para mí ahora. El sacrificio que exige cuidar a Joseph revela la continua entrega abnegada que implica el amor, cuya verdad es universal, sin importar el momento que uno esté transitando en la vida.

El amor es exigente. No hay dudas al respecto. Sin embargo, "su belleza está precisamente en el hecho de ser exigente, porque de este modo constituye el verdadero bien del hombre y lo irradia también a los demás". El Beato Juan Pablo II identifica esto, aclarando que si el amor cede ante los celos, el orgullo, la arrogancia o la vulgaridad, no perdurará. Sin embargo, un amor arraigado en Cristo, en el cual obre el poder y la fortaleza de Dios, perdurará. Además, como otros amigos me han ayudado a comprender, el amor nos abre; cuando somos generosos y nos entregamos a la voluntad de Dios, descubrimos que el sacrificio no termina en el sepulcro sino en la resurrección.

Esta invitación a explorar la profundidad del amor me desafía a ver todo en mi vida con una conciencia renovada. Le da un nuevo sentido al familiar mandamiento de "Amarás al prójimo". El amor no puede convivir con el egocentrismo, con cerrarme en mí misma, sino que me obliga a mantener la mirada fija en Cristo, quien me permite ver a la gente en mi vida con sus ojos y amarla con su corazón. Sin importar las circunstancias actuales o futuras de mi vida, la lección de amor que he recibido mediante este vistazo a la maternidad siempre será cierta. Al celebrar este Día de las Madres, tengamos presente la entrega de sí de nuestras madres en su cooperación con el don de la vida. Y también recordemos que todos recibimos la invitación a sumergirnos en la profundidad del amor.


Anne McGuire es asistente ejecutiva para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Visite www.usccb.org/conscience para más información acerca de las actividades de los obispos para proteger la libertad de conciencia.