¿No estamos muriendo con la suficiente rapidez?

 

Tom Grenchik

 

29 de agosto de 2014

 Cuando el movimiento de los hospicios comenzó a ganar terreno en los Estados Unidos en la década de 1970, trajo consigo una actitud saludable para el tratamiento de pacientes que estaban en el umbral de la muerte. En lugar de enfocarse en curar lo que no podía curarse, el cuidado del hospicio se centraba en hacer que el paciente moribundo estuviera lo más cómodo posible. Naturalmente, esto incluía medicamentos que mantenían estable y cómodo al paciente, a la vez que se le proporcionaban alimentos y líquidos. Si el paciente estaba muriendo a causa de un cáncer, la familia permitía que el paciente muriera de cáncer, y no de inanición, deshidratación o una infección tratable. Durante el proceso de morir, un buen cuidado en el hospicio da testimonio de la dignidad de la persona humana. Son innumerables los pacientes y los trabajadores compasivos de hospicios que nos enseñan el carácter sagrado de este tiempo santo en el que se transita de esta vida a la próxima.

Sin embargo, artículos recientes del Washington Post plantean una inquietud sobre la posibilidad de una tendencia en aumento en el cuidado que brindan algunos hospicios. Este periódico sugiere que debido a que los programas de los hospicios inscriben a más pacientes que en realidad no están cerca de la muerte, está emergiendo un patrón de dosis de analgésicos peligrosas para la vida. Sin hurgar en la exactitud de esta acusación, tiende a coincidir con otras preocupaciones por una práctica en aumento que se percibe de “eutanasia oculta” en algunos hospitales, asilos de ancianos e incluso programas de hospicio.

Las respuestas de los lectores a los artículos se dividieron en tres categorías: familias que tuvieron una experiencia positiva con el cuidado en los hospicios; personas que trabajan en el cuidado en hospicios que consideraron injusto al artículo; y familias que sufren que sintieron que la muerte de un ser querido en efecto se aceleró. Los artículos contaban de pacientes bastante estables inscriptos en un hospicio para el “manejo del dolor” o “alivio”, que en cambio les quitaron los medicamentos recetados, como para diabetes y presión sanguínea, y les dieron dosis excesivas de analgésicos. Los analgésicos los desorientaban y les impedían comer o beber, lo cual justificaba dosis incluso más fuertes de morfina para terminar el malestar resultante. Los pacientes no viven por mucho tiempo cuando se reemplazan el alimento, los líquidos y la medicación útil con dosis siempre en aumento de morfina.

Como comentó un familiar en reacción al artículo de dicho periódico: “Precisamente hasta el día que mi madre comenzó el ‘cuidado’ en el hospicio, ... había estado comiendo comidas normales por sí sola, no tenía problemas para tragar, y estaba mentalmente alerta. … Estaba convencida de ir al hospicio para ‘estar más cómoda’. A las 24 horas de comenzar el ‘cuidado’ en el hospicio, estaba en un estado subconsciente con mucha angustia y nunca recobró la conciencia. Ya no podía comer ni beber sola y dado que esto era ‘cuidado’ de hospicio, no le daban líquidos ni alimentos. A los cinco días murió”.

La doctrina católica por supuesto permite que se utilicen analgésicos, y en dosis progresivamente mayores, si el dolor aumenta. Pero idealmente esto se equilibra con el hecho de que el paciente permanezca consciente si es posible en lo más mínimo. Prepararse para la muerte a menudo es un tiempo para sanar relaciones y restaurar la unidad de la familia. Esto se propicia en gran medida cuando el paciente se mantiene cómodo y consciente. Sin embargo, si hay una tendencia creciente para terminar con el cuidado paliativo y redoblar los analgésicos, incluso para quienes ya tienen controlado el dolor, eso cambiaría de manera drástica lo que la mayoría esperaría del cuidado en un hospicio. Como dijo una familia, la respuesta a cualquier pedido siempre era más analgésicos.

¿Qué propiciaría tal tendencia? ¿Han notado las compañías de atención de la salud y las aseguradoras que los pacientes enfermos y moribundos son muy costosos, por lo tanto acortar el proceso de muerte ahorra recursos? ¿Existe un temor general a la muerte que acepta una sobredosis letal, en lugar del proceso de muerte? ¿O podría ser este otro avance de la cultura de la muerte, que trata a las vidas humanas como prescindibles cuando ya no son productivas?

Cualesquiera sean el alcance o la causa de esta tendencia, como personas de vida deberíamos hacer varias cosas. En primer lugar, necesitamos rezar y trabajar para construir una cultura de vida. En segundo lugar, necesitamos ocuparnos para asegurarnos que nuestros seres queridos reciban cuidados terminales apropiados (y decir lo que pensamos, si esto no fuera así). Por último, pero sin duda de no menos importancia, deberíamos hacer todo lo posible para agradecer a los trabajadores, enfermeros y doctores de los hospicios que verdaderamente valoran a sus pacientes, durante todo el proceso natural de la muerte. La mejor solución ante los malos cuidados es brindar y fomentar cuidados buenos y amorosos, lo cual permita a cada uno de nosotros vivir incluso nuestros últimos días con dignidad.



Tom Grenchik es Director Ejecutivo del Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Visite www.usccb.org/prolife para más información acerca de las actividades pro vida de los obispos.

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