Entrenamiento para el Catequista - Alan Schreck

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Reexamen de la obra del Concilio Vaticano II (Hermenéutica de la reforma)

por Alan Schreck, PhD
Profesor de teología
Universidad Franciscana de Steubenville

En su carta apostólica sobre el comienzo del nuevo milenio, el beato Juan Pablo II señaló al Concilio Vaticano II "como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (Novo Millennio Ineunte [NMI], núm. 57, https://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_letters/documents/hf_jp-ii_apl_20010106_novo-millennio-ineunte_sp.html). El papa Benedicto XVI, en su primera homilía papal en abril de 2005, se refirió a esta declaración y afirmó su propio compromiso como papa de aplicar fielmente las enseñanzas de Vaticano II.

Sin embargo, el papa Benedicto XVI se da cuenta de que no todo lo hecho en la Iglesia en los últimos cincuenta años en el nombre de Vaticano II ha sido constructivo. En un discurso pronunciado el 22 de diciembre de 2005, el Santo Padre distinguió entre una correcta interpretación de Vaticano II: una "hermenéutica de la reforma", una renovación dentro de la continuidad con la tradición pasada, y falsas interpretaciones: "una hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura". También dijo que "el Concilio debía determinar de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la edad moderna" (Discurso a la Curia romana con motivo de las felicitaciones navideñas, https://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2005/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia_sp.html).

Muchas veces en el pasado, los papas se sintieron obligados a condenar los errores del "mundo moderno", dando la impresión de que la Iglesia se oponía a todo cambio y a las ideas modernas. Al convocar el Concilio Vaticano II, el beato Juan XXIII consideró que era necesario un enfoque diferente. Como explicó en su discurso de apertura ante el Concilio el 11 de octubre de 1962:

En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas… Así como Pedro un día, al pobre que le pedía limosna, dice ahora ella al género humano oprimido por tantas dificultades: "No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda" (Hch 3,6). (https://www.vatican.va/holy_father/john_xxiii/speeches/1962/documents/hf_j-xxiii_spe_19621011_opening-council_sp.html#_edn8).

Lo que la Iglesia ofrece al mundo a través de Vaticano II

Las declaraciones del papa Juan XXIII nos recuerdan que el mayor regalo que la Iglesia ofrece a todas las personas es Jesucristo, y la fe en él. El Año de la Fe nos invita a centrarnos en el gran tesoro que los católicos reciben y ofrecen al mundo: la fe en Jesucristo y la promesa de la vida eterna a través de él. Los documentos de Vaticano II afirman la centralidad de este mensaje de muchas maneras. El documento central del Concilio se abre con las palabras "Cristo es la luz de los pueblos" y continúa, "por ello este sacrosanto Sínodo… desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia" (véase Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia [Lumen Gentium (LG)], no, 1, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html). Del mismo modo, la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes [GS]) cierra cada capítulo con una explicación de cómo Jesucristo es la clave para una comprensión adecuada de cada aspecto de la condición humana y cómo proporciona la solución de los problemas y desafíos que enfrenta el mundo.

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos [véase 2 Co 5,15], da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse [véase Hch 4,12]. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre [véase Col 1,15]. (GS, no. 10, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html).

Al reexaminar las enseñanzas del Concilio Vaticano II hoy en día, cualquier interpretación o aplicación del Concilio que saque del centro a Jesucristo está distorsionada. Es cierto que Vaticano II, en Gaudium et Spes y otros documentos, reconoce y afirma la bondad y los valores positivos que están presentes en el mundo moderno (como el progreso científico y la riqueza y diversidad de las culturas humanas) e insta a los católicos a trabajar juntos con todas las personas de buena voluntad para encontrar soluciones constructivas a los problemas del mundo (GS, nos. 3, 21, 42, 44). Sin embargo, también afirma que las enseñanzas de Cristo y de su Evangelio pueden enriquecer, orientar, purificar y elevar los esfuerzos humanos y las culturas (GS, nos. 37, 39, 58). Es por esta razón, entre otras, que los católicos y otros cristianos pueden y deben llevar su fe a los asuntos y debates del mundo y no pretender que se guían sólo por consideraciones seculares ("de este mundo"). Por eso Jesús nos dice que somos "la sal de la tierra" (siempre y cuando no nos volvamos "insípidos") y "la luz del mundo" (Mt 5,13-14).

Además de llevar a Jesucristo y la sabiduría de sus enseñanzas al mundo secular, el Concilio Vaticano II enseña claramente la misión principal de la Iglesia de anunciar a Jesucristo a todas las personas para que todos puedan llegar a creer en él como su Salvador y Señor. El Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia (Ad Gentes Divinitus [AG]) declara: "La Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14), se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en Él una única familia y un solo Pueblo de Dios… La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza" (AG, nos. 1-2, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651207_ad-gentes_sp.html).

Existe considerable confusión con respecto al acercamiento de la Iglesia Católica a los no cristianos, pero la enseñanza del Concilio es clara y consistente. El mejor resumen se puede encontrar en la Declaración sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra Aetate [NA]), que dice: "La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero… [que] no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6)" (NA, no. 2, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html). Lumen Gentium explica que los no cristianos que, sin culpa, todavía no creen en Cristo tienen la posibilidad de salvación, pero, "con mucha frecuencia" caen presa de "el Maligno" o de "desesperación extrema", y la Iglesia debe anunciarles el Evangelio "para promover la gloria de Dios y la salvación de todos" (LG, no. 16). Vaticano II condenó enérgicamente el antisemitismo y toda forma de discriminación o acoso por razón de religión (NA, nos. 4, 5), pero sin duda sería una "hermenéutica de la discontinuidad" sostener que Vaticano II enseña que hay personas o grupos que no deben escuchar el Evangelio y recibir la posibilidad de conversión a Jesucristo, el único camino al Padre (Jn 14,6). En respuesta a la confusión sobre esta cuestión, los papas desde Vaticano II han aplicado una "hermenéutica de la reforma" con respecto a la misión de la Iglesia de anunciar a Jesucristo. La carta apostólica de 1975 del papa Pablo VI Acerca de la evangelización en el mundo contemporáneo (Evangelii Nuntiandi) y la carta encíclica de 1990 del papa Juan Pablo II Sobre la permanente validez del mandato misionero (Redemptoris Missio) hacen inequívocamente clara la enseñanza del Concilio. Vaticano II ciertamente comenzó una nueva búsqueda de reconciliación con los no cristianos y de restauración de la unidad cristiana (ecumenismo), pero esto no es contrario al énfasis principal del Concilio: llevar a todas las personas a la unidad en Jesucristo.

El enfoque antropocéntrico

Al reexaminar Vaticano II, el énfasis en el valor y la dignidad de la persona humana se destaca como particularmente crítica hoy en día. Es notable que la doctrina de la persona humana esté presentada en su forma más plena en la única constitución pastoral del Concilio, Gaudium et Spes, pero la correcta práctica pastoral se basa siempre en una sólida doctrina. GS declara: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán… manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS, no. 22). Los seres humanos descubren su dignidad cuando se dan a sí mismos en el amor y servicio a los demás. "El hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS, no. 24).

Entender la dignidad y valor sin igual de cada persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, es el fundamento de la doctrina de la Iglesia Católica sobre las cuestiones de la vida, las cuestiones reproductivas y la enseñanza social, puesto que la sociedad existe, en última instancia, para proteger y promover el bienestar de la persona (GS, nos. 25-26). Aunque la Iglesia "no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico y social" (GS, no. 42), está a favor de sistemas que permitan la mayor participación de sus ciudadanos y protejan sus derechos (GS, no. 31). Al mismo tiempo, cada persona debe cumplir con las obligaciones sociales y asumir las responsabilidades sociales como sea necesario para la salvación, y no puede separar la fe de la vida cotidiana (GS, nos. 30, 43).

El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época… No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios. (GS, no. 43).

Este equilibrio entre el mandato del Concilio de evangelizar y alentar la santidad en otros y a la vez servir en la sociedad para transformarla según los valores cristianos así como para satisfacer las necesidades humanas se retrata en los tres objetivos del apostolado laico descrito en el Decreto sobre el apostolado de los laicos (Apostolicam actuositatem [AA]). Los católicos tienen la impresión general de que el llamado del Concilio a un laicado más activo significó que los laicos debían tener una mayor participación en los ministerios litúrgicos o catequéticos. Aunque esta participación es buena, Vaticano II subraya en Lumen Gentium que la "particular vocación" de los laicos es "obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios". Los laicos "están llamados por Dios" a estar en el mundo, con el fin de transformarlo y santificarlo "como desde dentro, a modo de fermento" participando "en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social" (LG, no. 31). Allí llevan a cabo su triple apostolado o misión:

  1. El apostolado de evangelización y santificación.
    El mismo testimonio de la vida cristiana y las buenas obras, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios... Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida: el verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: "la caridad de Cristo nos urge" (2 Co 5,14). (AA, no. 6)

  2. La renovación del orden temporal, que implica inculcar los valores del Evangelio en los asuntos del mundo. "Es preciso… que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal… Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana… Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos" (AA, no. 7).

  3. Obras de caridad y de ayuda social. La Iglesia "reivindica las obras de caridad como deber y derecho suyo, que no puede enajenar. Por lo cual la misericordia para con los necesitados y enfermos, y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia con un singular honor" (AA, no. 8).

La fuerza para alcanzar estos objetivos y su propósito último

Entre los dieciséis documentos promulgados por Vaticano II, las cuatro constituciones tienen especial importancia; han sido llamadas los "pilares" del Concilio. Aunque he hablado de dos de estas constituciones, las otras dos constituciones nos muestran tanto la fuerza de la Iglesia como la orientación para ella, incluyendo a los laicos, para llevar a cabo su misión en el mundo y el "objetivo" o propósito final del trabajo temporal de la Iglesia. La Constitución dogmática sobre la divina revelación (Dei Verbum) [DV]) explica cómo los católicos comprenden la Palabra de Dios (Dei Verbum). "La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia" (DV, no. 10). Esta Palabra de Dios es la fuente de la orientación y la fuerza para llevar a cabo y cumplir con la misión de la Iglesia en la tierra.

Es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz" (Hb 4,12), y "puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hch 20,32; cf. 1 Ts 2,13). (DV, nos 21-22, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html).

Además de ser alimentados por la Palabra de Dios, los católicos reciben el alimento espiritual y la gracia para llevar a cabo su misión en el mundo a través de los carismas —dones del Espíritu Santo para el ministerio— (véanse LG, no. 12; AA, no. 3) y a través de los sacramentos, especialmente la Eucaristía. La cuarta constitución, la Constitución sobre la sagrada liturgia (Sacrosanctum Concilium [SC]) habla de la sagrada liturgia como la "fuente" y "cumbre" de la vida cristiana: "La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (SC, no. 10, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19631204_sacrosanctum-concilium_sp.html).

Para llevar a cabo su misión en el mundo, la Iglesia necesita el alimento espiritual de su liturgia: "la fuente de donde mana toda su fuerza". La meta de los esfuerzos apostólicos de la Iglesia es la gloria de Dios; nuestros esfuerzos en el mundo son nuestro sacrificio espiritual ofrecido al Padre a través de Jesús, el Hijo, en el Espíritu Santo. Esta es nuestra Eucaristía, nuestra acción de gracias a Dios por sus dones y gracias. En la liturgia, nuestros esfuerzos y sacrificios cotidianos se unen al sacrificio perfecto de Jesucristo (LG, no. 34). Por lo tanto, "la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia", ya que todo lo que hacemos es una ofrenda a la gloria de Dios.


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Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de setiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este trabajo puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin el permiso escrito del titular del copyright.