Recurso para la Familia - Karen Ristau

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Escuelas católicas: Dar testimonio del Señor, alimentar la fe

por Karen M. Ristau, EdD
Presidenta
Asociación Nacional de Educación Católica

La escuela católica busca anunciar el mensaje evangélico de Jesucristo y enseñar el contenido de la fe como parte integral de una educación excelente. Por lo tanto, la educación primaria y secundaria católica está diseñada para impartir una educación completa, que finalmente lleve a los estudiantes a considerar lo que son y lo que significa ser una persona en su totalidad con un sentido de propósito en estos tiempos.

La Buena Nueva de Jesús enseña el valor de la persona y de la dignidad inalienable de la persona. La fe católica, por lo tanto, tiene una teoría integral de la vida humana en general y de la bondad de los seres humanos en tanto hechos a imagen y semejanza de Dios. Esa creencia transforma la escuela en una institución dotada de gracia. En este sentido, la fe, presentada como una materia académica en el curso de la jornada, no puede ser vista como algo que da "valor añadido" o un "envase envolvente" —por usar dos expresiones de moda— a un programa educacional ya existente. La escuela está llamada a presentar una integración del Evangelio para que la fe se haga "toda de una pieza" en la vida del estudiante. Las escuelas cumplen con esta obligación, tanto al dar testimonio como al alimentar la fe de los estudiantes y otras personas que participan en la vida de la escuela.

Dar testimonio del Señor

La institución misma se convierte en un testimonio vivo del Señor en su propósito y sus programas, en la cultura que crea, y en las relaciones que establece. La idea de ser un testigo viviente emana del Evangelio de Jesucristo, que a su vez impregna la filosofía educativa muy particular que guía el propósito de la escuela. Jesús, como es anunciado por la Iglesia Católica, es la persona que está en el centro del ministerio educativo católico. "En el proyecto educativo de la Escuela Católica, Cristo es el fundamento... Precisamente por la referencia explícita, y compartida por todos los miembros de la comunidad escolar, a la visión cristiana… es por lo que la escuela es 'católica', porque los principios evangélicos se convierten para ella en normas educativas, motivaciones interiores y al mismo tiempo metas finales" (Congregación para la Educación Católica, La escuela católica [EC] [1977, 34, https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_19770319_catholic-school_sp.html).

Los programas que se ofrecen en el plan de estudios de la escuela católica abordan la vida entera de la persona. Los programas educativos patrocinados por el gobierno actual que exigen tanto preparación para el lugar de trabajo como preparación para la universidad son simplemente limitados (Asociación Nacional de Gobernadores, www.corestandards.org). No hay mención, ni puede haber, de la educación para la vida, de cómo vivir la vida, y sobre todo la manera de entender el propósito trascendente de esta vida, que nos lleva de regreso a Dios. El enfoque holístico que ofrece la escuela católica responde a las necesidades espirituales profundas de los estudiantes, así como a sus necesidades intelectuales y físicas. En ese sentido, el plan de estudios de la escuela católica es capaz de ayudar a los estudiantes a hacer una conexión entre la fe y la cultura. Debido a que la escuela ofrece un amplio programa, los estudiantes comienzan su aprendizaje de las competencias básicas, por ejemplo, aprendiendo a leer y escribir y a dominar las habilidades matemáticas básicas. En última instancia, están preparados para comprender conocimientos sofisticados y complejos en los acontecimientos de la ciencia y del mundo a través del lente crítico de la fe. Instados a ver a Dios en todas las cosas, los estudiantes comienzan a formarse una visión católica del mundo.

La escuela crea una cultura basada en las características distintivas de su filosofía. Idealmente, todas las personas son valoradas y respetadas porque están hechas a imagen y semejanza de Dios. Esta filosofía requiere excelencia de los maestros en su ministerio y hace a los estudiantes responsables de estar a la altura de los estándares académicos más altos posibles para el individuo. La laxitud es vista como una falta de respeto por los dones y talentos que nos ha dado Dios. De igual modo, esta misma filosofía establece expectativas de conducta basadas en el respeto, que se manifiesta en cortesía, consideración, veracidad y un cierto decoro.

Alimentar la fe

En el ámbito que está más allá de las puertas de la escuela, la escuela católica tiene la oportunidad de dar testimonio particular de las exigencias del Evangelio. Los católicos suelen definirse como el Pueblo de Dios, lo que implica un sentido de comunidad, de ser el uno para el otro. Regina Bechtle señaló que la historia del pueblo de Dios demuestra su preferencia por las tribus, por gente junta en un grupo, a diferencia de sociedades altamente individualistas (Regina Bechtle, "Giving the Spirit a Home" en Called and Chosen, ed. Zeni Fox y Regina Bechtle [Lanham, MD: Rowman and Littlefield, 2005], 101). En la escuela católica, los estudiantes aprenden a pensar en una manera de estar juntos dentro de la escuela y comprender y demostrar preocupación por la gente de la comunidad, especialmente los más necesitados. El reto de la escuela es hacer que este valor sea una experiencia vivida por los estudiantes, no sólo un valor enseñado. Lo mismo puede decirse de la instrucción en los principios de la justicia social. Las escuelas católicas hacen más que enseñar sobre la dignidad humana. Hacen algo sobre ella. Las actividades escolares incluyen numerosas ocasiones para que los estudiantes participen en proyectos de servicio: visitando a confinados en casa, recogiendo productos para comedores de beneficencia y tomando parte en una gran variedad de otras actividades apropiadas para su edad.

Las escuelas católicas también prestan atención a las relaciones que establecen con los padres, funcionarios de la Iglesia, comités directivos, directores y administradores de escuelas públicas y las autoridades civiles correspondientes. Aunque las escuelas católicas están intrínsecamente ligadas a la jerarquía de la Iglesia (Código de Derecho Canónico, C 803, https://www.vatican.va/archive/ESL0020/__P2L.HTM), la relación ideal es de caridad y apoyo. Reconociendo el papel de los padres como los primeros educadores de sus hijos (Concilio Vaticano II, Declaración sobre la educación cristiana [Gravissimum educationis (GE)], no. 3, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_gravissimum-educationis_sp.html), las escuelas católicas fomentan asociaciones de padres de familia y grupos consultivos que generen un espíritu de apoyo mutuo. Las relaciones armoniosas con otros líderes de la educación y las autoridades cívicas amplían nuestro sistema de creencias a otros.

Las escuelas católicas aspiran a alimentar la fe de todos los que participan en el proyecto educativo: los estudiantes, los maestros y las familias que integran la comunidad escolar. El plan de estudios escolar presenta el contenido y el cuerpo de las verdades de la fe católica a todos los estudiantes que asisten a la escuela, utilizando metodologías de enseñanza actuales y eficaces. Más allá del contenido, la enseñanza de la escuela católica entiende a la persona de Jesús como el centro de su misión y comunica el misterio viviente de Dios en el desarrollo de actitudes, la madurez necesaria para tomar decisiones sabias y vivificantes, y la capacidad de pensar y ver como católico. Las escuelas católicas tienen la oportunidad única de hacer participar a los estudiantes en las prácticas cotidianas y habituales de la religión católica. La oración enmarca la jornada escolar y se convierte en una forma natural de vida de los estudiantes. Las liturgias frecuentes con toda la escuela proporcionan a los estudiantes la celebración de la misa para sus propias necesidades espirituales y les permiten participar, en lo que sea el caso, como lectores, saludadores, cantores y ministros de la Eucaristía. Esto acerca a los estudiantes a la vida en el Espíritu Santo y los prepara para participar en la vida litúrgica de sus parroquias o el ministerio universitario en el futuro.

El programa escolar enriquece e influye no sólo en los estudiantes sino también en los padres y maestros. Investigación realizada por James Coleman señala cómo el valor de estar en una cultura común, desarrollar un sentido de pertenencia y construir lo que Coleman llama "capital humano" enriquece la experiencia educativa de los estudiantes y las familias (James S. Coleman y Thomas Hoffer, Public and Private High Schools: The Impact of Communities [New York: Basic Books, 1987]). En una buena escuela, todos aprenden y enseñan en algún grado. La comunidad en su conjunto ayuda a todos los miembros a crecer en la fe. Los padres toman parte en las actividades religiosas de sus hijos. El proceso educativo impregna e inspira particularmente la vida de fe de los que enseñan. El adagio de "enseñar es aprender" es aplicable aquí. Cuando los maestros revisan los conocimientos que se deben impartir y buscan dar propósito, dirección y orientación a sus estudiantes, se abren ellos mismos a un mayor conocimiento. Los maestros tienen la oportunidad de reflexionar y practicar las virtudes de la aceptación, la paciencia y la comprensión de los demás en sus propias acciones con los estudiantes y los padres. Aquí la fe guía la vocación del maestro. En esta disposición, "la acción misteriosa del Espíritu actúa en cada uno de los hombres" (EC, 18).

Dar testimonio y alimentar la fe, entonces, son dos componentes importantes de la escuela católica. No deben permanecer como conceptos abstractos sino que deben ser promovidos por toda la comunidad educativa: alumnos, maestros y padres. La dignidad inalienable de cada persona debe ser experimentada en la vida de la escuela. Esto no es un trabajo fácil. La comunidad que llama a la existencia a la escuela —obispos, párrocos, padres, administradores y maestros— debe manifestar de nuevo la filosofía fundacional de la educación católica y manifestarla de manera convincente. Dar testimonio vivo y alimentar la fe de los que participan en la comunidad escolar requiere una atención constante en el Evangelio de Jesús, que nombra a todas las personas como hechas a imagen y semejanza de Dios.


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