El amor vivificante en una era tecnológica

“Quiero tener hijos contigo”.

¡Cuánto significado encierran estas palabras cuando un hombre o una mujer le dice eso a su cónyuge! Lo que quieren decir, especialmente a la luz de la fe es: me encomiendo a ti y solo a ti — incluyendo mi capacidad de unirme a ti para cooperar con Dios en la creación de un hijo o una hija. Tengo fe en tus aptitudes para ser un cónyuge y una madre o padre amoroso y comprometido. Quiero que la clase de persona que eres tú y el tipo de crianza que tú puedas darles influya en la forma en que nuestros hijos vivan y crezcan. Te prometo trabajar junto a ti a lo largo de los años de desafíos y de aventuras que enfrentaremos como padres de familia, y espero que, tanto yo como nuestros hijos, podamos contar siempre contigo.

En resumen, esto significa: Te amo tanto que deseo que nuestro amor matrimonial esté abierto a los hijos que, juntos, podamos amar y cuidar.

Esta apertura a una nueva vida, este deseo de engendrar y de criar hijos juntos es esencial para el amor conyugal.

Por lo tanto, es triste que tantas parejas que esperan tener hijos, tengan dificultad para hacerlo. En la actualidad, se estima que una de cada seis parejas sufrirá de infecundidad.1 El sufrimiento que causa la infecundidad, que no anticiparon, es real. Los cónyuges pueden sentir que, en cierta forma, han fracasado y que son ineptos en un aspecto básico de su vida conyugal. Puede que su dolor se agudice más por un sentimiento de pesar o de culpa, por haber usado anticonceptivos en el pasado, por una esterilización, un aborto u otros factores que pueden haber contribuido a la infecundidad. El hecho de ver a otras parejas con sus hijos podría ocasionar que ellos anhelen un hijo aún más y aumentar así su angustia. La infecundidad puede afectar la relación sexual de la pareja y la estabilidad de su matrimonio. Hasta puede afectar la relación con sus padres y con sus suegros, quienes tal vez expresen desilusión por la falta de nietos. Las parejas católicas pueden sentir este dolor aún más profundamente cuando escuchan que la Iglesia elogia la vida familiar y enseña que los hijos son “el don más excelente del matrimonio” (Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual [Gaudium et spes], núm. 50).

“Durante estos ocho años de matrimonio hemos tratado de tener hijos. A lo largo de estos años, ha sido algo agridulce ver crecer a las familias de nuestros amigos mientras que nosotros batallábamos con la infecundidad”. —Jenny Campbell, Bremerton, Washington

En esta era de avances en la medicina reproductiva, se ofrecen muchas soluciones a aquellas parejas que están pasando por esta angustia. Algunas de estas soluciones ofrecen una verdadera esperanza para restaurar la capacidad natural de la pareja para tener hijos. Otras presentan serios problemas morales al no respetar la dignidad de la relación matrimonial de la pareja, la de su sexualidad o la de los hijos.

La Iglesia siente compasión por aquellas parejas que sufren a causa de la infecundidad y desea prestarles una verdadera ayuda. Al mismo tiempo reconoce que algunas de estas “tecnologías reproductivas” no son moralmente válidas para resolver esos problemas. Nosotros, los obispos de Estados Unidos, ofrecemos esta reflexión para explicar el por qué. La ofrecemos, también, para darles esperanza: una esperanza verdadera que las parejas puedan “recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos”2 y establecer una familia a la vez que muestran respeto absoluto por el plan de Dios para su matrimonio y por el don de los hijos.

Preguntas y respuestas

¿De qué manera se relacionan el sexo y la procreación?

En la Sagrada Escritura, el libro del Génesis ofrece dos versiones sobre cómo Dios creó a los seres humanos y los hizo hombre y mujer. Estos pasajes revelan verdades fundamentales sobre la naturaleza del matrimonio y del amor matrimonial. Un pasaje muestra a Dios bendiciendo a Adán y Eva y dándoles su primer mandato, “sean fecundos y multiplíquense” (Gn 1:28). Eso muestra el aspecto procreador del amor matrimonial. El segundo pasaje muestra la relación íntima y singular entre el hombre y la mujer como criaturas encarnadas, hechos uno para el otro como una sola carne, el aspecto unificador del amor matrimonial. La mujer hecha del hombre como la única compañera que puede, en verdad, ser su pareja por igual; los dos, unidos, forman “una sola carne” (Gn 2:24). Por lo tanto, la procreación y la unidad de la pareja son vistas como bendiciones o como aspectos intrínsecos del matrimonio. La enseñanza de la Iglesia acerca de la moralidad sexual es una reflexión sobre estos dos bienes y sobre cómo, en la revelación del plan de Dios para el matrimonio, no deben separarse. 

En el matrimonio, el hombre y la mujer se unen, en cuerpo y alma, por medio de una unión física y amorosa. Como personas encarnadas fueron creadas para complementarse y satisfacerse en el amor y también para unirse en la creación de un nuevo ser humano como fruto de ese amor. Estos dos aspectos de la sexualidad están básicamente entrelazados. La unión estable y amorosa del esposo y la esposa, aceptada por los católicos como un sacramento, crea un ambiente apropiado para nutrir y proteger a un ser humano nuevo, dependiente e indefenso; y el amor de los padres por su hijo o hija y la cooperación necesaria para darle un hogar, y para fortalecer y enriquecer el amor que siente uno por el otro.

¿De qué manera discrepa esta visión de la visión dominante de nuestra cultura actual?

Nuestra cultura secular actual tiende a separar el aspecto unificador y el aspecto procreador del amor conyugal, en detrimento de ambos. Esta separación debilita el matrimonio. 

Muchos pensaron alguna vez que los métodos modernos para el control de la natalidad mejorarían el aspecto unificador del matrimonio permitiendo que los esposos buscaran la unión sexual sin preocuparse por un embarazo involuntario. Pero en vez de eso, muchas parejas han encontrado que algo falta en su amor matrimonial, y, en consecuencia, la infidelidad conyugal y el divorcio han ido en aumento. Dentro de la sociedad en general, el efecto de una mentalidad que acepta los anticonceptivos ha sido el de separar la relación sexual del compromiso permanente, permitiendo que la búsqueda del placer se convierta en el objetivo primordial. 

El significado de la procreación sufre también cuando, en forma intencional, se separa el aspecto unitivo y el aspecto procreador del amor matrimonial. La disposición de la pareja para cooperar con Dios en la generación de un nuevo ser humano ya no es aceptada como parte integral del amor sexual en el matrimonio. Al contrario, cumplir con el deseo de tener un hijo o una hija puede llegar a verse en sí como un objetivo aparte y ver el “sistema reproductivo” del cuerpo simplemente como un instrumento para alcanzar ese objetivo. En esta era tecnológica, si un instrumento se daña o no funciona bien, puede suponerse que alguien puede repararlo o reemplazarlo mediante el método técnico que nos parezca más eficaz para alcanzar ese objetivo. Ya que algunas parejas han tratado infructuosamente de tener el don de una nueva vida que surja de su unión como una sola carne, algunas sienten la tentación de tener una hija o un hijo “producido” o “hecho” como resultado de una elaboración de manos humanas. Entonces, esos hijos podrían ser vistos como productos de nuestra tecnología, inclusive como bienes de consumo por los cuales los padres pagaron y tienen “derecho” a esperar: no como semejantes, iguales a sus padres en dignidad y destinados a una felicidad eterna con Dios. En verdad, un hijo “producido” en esta forma es, en todo sentido, una persona humana completa a quien Dios ama y a quien dota de un alma inmortal propia. La pregunta es si el medio seleccionado para la reproducción está a la altura de la dignidad humana plena del hijo o de la hija. 

Nuestra capacidad para cooperar con Dios en la creación de un nuevo ser humano no es solo una función fisiológica. Es un don personal de Dios, compartido exclusivamente entre los esposos quienes, de este modo, comparten la responsabilidad de traer al mundo a este nuevo ser en una manera única y personal. Por lo tanto, mientras el deseo de compartir este don entre ellos y tener un hijo o una hija es algo positivo y natural, algunos de los medios utilizados para tener a este nuevo ser aprecian y respetan este gran don, pero otros no. Muchas parejas se sienten tentadas a recurrir a tecnologías reproductivas porque se aman y desean compartir este amor con sus hijos biológicos nacidos de ellos. Sin embargo, aquí, como en otras áreas de la vida, el buen fin no justifica todos los medios disponibles.

¿Por qué surge un dilema moral con el uso de donantes y de sustitutos cuando se busca tener un hijo?

Algunos de los métodos que se usan para tratar la infecundidad quebrantan claramente la integridad de la relación matrimonial. Estos introducen a terceras personas para que desempeñen aspectos básicos de la paternidad o maternidad al usar óvulos, esperma o hasta embriones de “donantes” (quienes usualmente reciben pago y, por lo tanto, puede apropiadamente describírseles como vendedores) o, inclusive, hacen uso del vientre de otra mujer para gestar la criatura de la pareja. A veces, esta última práctica se denomina vientre de alquiler aunque la mujer actúa como cualquier otra madre durante su embarazo y luego tendrá que entregar la criatura a la pareja que la contrató. El niño o la niña que resulte de estos acuerdos no es el fruto del compromiso de los esposos para procrear solamente entre ellos y con sus cuerpos. En un sentido fundamental, los cónyuges han decidido no ser, en su totalidad, el padre o la madre de la criatura ya que ellos delegaron parte de esa función a otras personas. El aspecto procreador de su relación matrimonial se quebranta de la misma manera que se quebrantaría el aspecto unificador de la pareja si, fuera del matrimonio, hubiese una relación sexual con otra persona.

Aparte de la pareja casada, estos acuerdos pueden lastimar a otros. Las clínicas de fertilidad muestran su falta de respeto hacia los jóvenes, tanto hombres como mujeres, cuando los tratan como mercancías al ofrecerles grandes sumas de dinero para ser donantes de óvulos o de esperma que tengan rasgos específicos ya sean intelectuales, físicos o de personalidad. El incentivo de dinero en efectivo persuade a estos hombres y mujeres a dar un mal uso al don de su propia fertilidad y —en el caso de las mujeres— hasta a arriesgar su propia salud en el proceso de extracción del óvulo en sus esfuerzos para ayudar a otros a conseguir una criatura fuera del contexto de su relación matrimonial.

¿Qué se puede decir de la tecnología reproductiva que no incluye a terceras personas?

Algunos métodos que procuran proporcionarle un hijo o una hija a la pareja no introducen a donantes ni a “sustitutos” en la relación de la pareja. Sin embargo, utilizan la inseminación artificial, en la mayoría de los casos, usando esperma obtenido en forma inmoral. En el intento de concebir una criatura, el esperma del esposo es transferido al útero de la esposa por medio de una jeringa. Es inmoral que, con el fin de concebir un nuevo ser humano, se sustituya la unión sexual y amorosa de la pareja con un acto tecnológico. Con frecuencia no se trata del acto de la pareja en sí, sino de un acto impersonal realizado por un técnico. Este procedimiento puede realizarse aunque el esposo no esté vivo, como es el caso cuando se utiliza esperma que fue congelado y preservado. Los cónyuges pueden amarse muchísimo y pueden tener la esperanza de un bebé para amar pero, al usar la inseminación artificial, las acciones mediante las cuales  conciben el bebé no reflejan esta realidad. Los niños tienen el derecho a ser concebidos mediante una acción que exprese y encarne el amor de entrega de sus padres; los medicamentos moralmente responsables pueden ayudar en este acto, pero nunca deben sustituirlo. 

¿Qué hay de malo con la fecundación in vitro (FIV)?

La FIV es una tecnología reproductiva en la cual se concibe un ser humano al unir el óvulo con el esperma en una placa de vidrio, no en el cuerpo de la madre (en latín “in vitro” significa “en vidrio”). Esto despersonaliza aún más la acción de dar origen a una criatura convirtiendo esto en una técnica de laboratorio. Este procedimiento dista tanto de ser un acto amoroso entre los cónyuges que hasta puede utilizarse para concebir una criatura aunque ellos hayan fallecido ya que sus cuerpos no participarían en la generación de esta vida una vez que el óvulo y el esperma se hayan obtenido y preservado. Al haberse creado estos  embriones en forma deliberada, no en el entorno vivificante del cuerpo de una madre sino en el mísero sustituto del caldo de cultivo en una placa de vidrio, la gran mayoría de ellos no sobreviven. Muchas parejas han gastado todos sus ahorros y, al final, han abandonado sus esfuerzos sin haber logrado el nacimiento de un hijo o una hija por medio de la FIV.

 

“Cuando nos dimos cuenta que teníamos problemas para concebir, decidimos que, en vez de la FIV, intentaríamos un método más natural. Esta experiencia fue positiva y tuvimos un resultado exitoso y ahora estamos tratando de concebir nuestro segundo bebé”. —Carol and Len Preston, Cinnaminson, New Jersey

 

¿Acaso la FIV lleva a tomar más riesgos y a más abusos?

Sí. Al “producir” nuevos seres humanos en el laboratorio, la FIV divide la decisión de recibir a ese nuevo ser en dos decisiones separadas: la de concebir a este nuevo ser humano y la de transferirlo al vientre de la madre. Esto les presenta, tanto a los doctores como a las parejas, la tentación de poder utilizar varias formas de “control de calidad” mediante la exploración genética, para que solo a aquellos embriones que parezcan más viables, o que posean los rasgos más deseables, se les ofrezca la oportunidad de ser implantados en el vientre de su madre. Los embriones que no son seleccionados, son destruidos. Ha habido ocasiones, en que algunas parejas descubrieron que los doctores transfirieron el embrión “equivocado”, concebido por otra pareja, causando mucho dolor a ambas familias. La tasa de mortalidad entre los embriones concebidos por la FIV es tan alta que las clínicas, como rutina, producen muchos y, al mismo tiempo, transfieren varios al vientre de la madre con la esperanza que uno pueda sobrevivir. Si más embriones de los deseados continúan desarrollándose en el vientre, muchas clínicas ofrecen una “reducción selectiva” (aborto diseñado) para eliminar a los hijos “extra”, o sea, a los no deseados. Esto puede producir un tremendo efecto psicológico en la pareja cuyo deseo de tener un hijo la llevó a tomar una decisión grave e inmoral de quitarle la vida a uno o a más hijos en el vientre de la madre. Con frecuencia, los embriones que no fueron utilizados en el primer intento de embarazo son congelados y preservados para utilizarlos en intentos futuros. Esto plantea también un serio riesgo para sus vidas. Cuando los padres llegan a tener todos los hijos que desean, o abandonan sus esfuerzos para concebir un hijo por medio de la FIV, los embriones restantes son considerados como “sobrantes” o “de repuesto”. Algunos son descartados como  desechos de laboratorio mientras otros quedan abandonados indefinidamente en estado de congelación o pasarán a ser utilizados en experimentos. El debate actual sobre la matanza en gran escala de algunos seres humanos en embrión para “cosechar” sus células madre embrionarias surgió, en parte, porque las clínicas dedicadas a la FIV produjeron muchos embriones “de repuesto” lo cual, para los investigadores, creó la gran tentación de encontrar algún “uso” para estos seres humanos que habían sido rechazados por sus padres. Hasta el momento hay más abuso en el campo de la ciencia ficción, aunque muchos científicos dicen que sí es posible y que debe ser bien recibido: un “mundo feliz” en el que los seres humanos sean diseñados para ser genéticamente perfectos, desarrollados fuera del cuerpo de la madre y preseleccionados para cumplir determinadas funciones en la sociedad. Este sería el último paso hacia una sociedad eficiente en la cual la idea de la dignidad humana podría parecer obsoleta. Cada uno de estos abusos es una extensión natural de la decisión original de convertir la creación de un ser humano en un proceso manufacturero común. Esto amenaza convertir lo que debería ser el amor y la aceptación incondicional de parte de los padres hacia sus hijos e hijas en algo más provisional y condicional. En esta situación, una nueva vida puede ser muy valiosa —a modo de satisfacer el objetivo de los padres respecto al tamaño de su familia, o para alcanzar otros objetivos como el conocimiento científico— pero a esta vida humana no se le está dando el respeto que merece como ser humano. 

¿Qué hay de malo con la clonación humana?

La clonación de los seres humanos es la reducción más extrema de la procreación humana a un proceso manufacturero. Empieza con el núcleo de una célula somática (del cuerpo) o, al menos, con el material genético completo de ese núcleo, tomado de un ser humano, ya sea vivo o muerto. Esto se transfiere a un óvulo para dar origen a un nuevo ser humano genéticamente idéntico a la persona que donó la célula: una especie de gemelo tardío. Esto realmente es una reproducción asexual ya que no se vale de esperma alguno y el óvulo es usado sin su ADN nuclear o material genético; hasta puede usarse el óvulo de un  animal en vez del óvulo de un ser humano. La meta es producir —inclusive en masa— nuevos seres humanos embrionarios que se valoran no por su propia y singular identidad sino por los rasgos particulares que puedan compartir con la persona que donó la célula. El embrión humano clonado es un ser humano viviente que merece ser tratado con pleno respeto moral; sin embargo, al ser creado, no por su bien sino como una “copia” de otro ser, él o ella es tratado como una cosa o como una mercancía y no como una persona. Esto es una flagrante violación de la dignidad humana.

¿Presentan estas técnicas algún riesgo para las mujeres y los niños nacidos?

Sí. La FIV y la clonación exigen que, en forma quirúrgica, se extraigan los óvulos del cuerpo de las mujeres. Este proceso se inicia generalmente con el uso de fuertes medicamentos para el tratamiento de la infecundidad a fin de que los ovarios produzcan más óvulos al mismo tiempo, en vez de uno a la vez. Algunas mujeres desarrollan una enfermedad llamada síndrome de hiperestimulación ovárica, la cual puede perjudicar más su fertilidad y ocasionarles serias complicaciones para la salud e, inclusive, la muerte. Según algunos estudios, los niños concebidos mediante la FIV, si es que llegan a desarrollarse por completo, corren mayor riesgo de tener serias deficiencias al nacer. El proceso de clonación es tan poco natural y tan lleno de desperdicio que multiplica aún más estos riesgos. Se pueden necesitar cientos de óvulos para producir un solo embrión humano vivo; las pruebas con animales han producido, aunque muy raramente, una descendencia viva pero usualmente con serios problemas de salud; y cualquier intento de producir un ser humano que nazca mediante este  proceso podría representar graves riesgos para la madre y la criatura.

¿Deben abandonar la esperanza de concebir una criatura aquellas parejas que tienen problemas de infecundidad?

No necesariamente. El cuerpo del hombre y el de la mujer han sido hechos para procrear juntos. El desafío es poder diagnosticar y abordar los problemas para que estos cuerpos puedan funcionar como deben —y no existe problema alguno para hacerlo, así como no lo hay en el caso de cualquier otro tratamiento médico para restaurar la salud. El tratamiento hormonal y otros medicamentos, la cirugía convencional o láser para reparar las trompas de Falopio dañadas o bloqueadas, los medios para mitigar los factores de la esterilidad masculina, y otros tratamientos reconstituyentes, están a disposición de todas las personas. Las técnicas de la planificación familiar natural (PFN) también pueden utilizarse para encontrar los días más fértiles del ciclo femenino a fin de maximizar 

“Los métodos naturales dejaron de lado el enfoque de la concepción mediante las maravillas de la tecnología y nos trajeron de vuelta al amor existente entre mi esposo y yo y no tuve esos horribles efectos secundarios que traen consigo los medicamentos o tratamientos”. —Amy Cagliola Smith, Norristown, Pennsylvania

las probabilidades de una concepción. Estos y otros métodos no son sustitutos para el acto de unión amorosa de la pareja casada; más bien, sirven de ayuda al acto para poder alcanzar su potencial en la concepción de una vida humana nueva.3

En el caso que una pareja no logre tener hijos, ¿puede su matrimonio alcanzar todavía su pleno propósito y significado cristiano?

Sí, por supuesto. Los esposos deberán estar dispuestos a aceptar a una criatura de Dios. A pesar de las promesas exageradas de algunas clínicas para el  tratamiento de la infecundidad, nadie puede garantizar que toda pareja recibirá este don. Esta puede ser una verdad dolorosa para las parejas que ansían concebir y criar juntos a su hijo o hija. Su sufrimiento debe inspirar la compasión y el apoyo de los demás y de toda la Iglesia. Sin embargo, como lo dijo el Papa Juan Pablo II, el esposo y la esposa, en su amor mutuo, pueden también aprender a emplear de otro modo su disposición a recibir hijos y estar dispuestos a abrirse a la vida en muchas otras maneras que son tan necesarias hoy en día: “a las parejas que no pueden tener hijos propios les digo: no sientan que Dios los ama menos; su amor recíproco es completo y fructífero cuando está abierto a los demás, a las necesidades del apostolado, a las necesidades de los  pobres, a las necesidades de los huérfanos, a las necesidades del mundo” (Homilía en la Misa para las familias, Onitsha, Nigeria, 13 de febrero de 1982).

¿Qué opina la Iglesia sobre el hecho de tener familia mediante la adopción? ¿Qué opina sobre la “adopción de un embrión”?

La Iglesia apoya firmemente la adopción como una manera maravillosa de establecer una familia. Como cristianos, debemos apreciar esto en forma especial ya que todos somos hijos e hijas de Dios por adopción (Ga 4:5). Aquellas personas que no puedan concebir o dar a luz a un hijo y estén contemplando la adopción, deberán recibir todo el apoyo y ayuda posibles para que este proceso pueda completarse de manera exitosa, respetando la dignidad de todas las personas

“Después de tres años de matrimonio y de muchas visitas a nuestro médico, asimilamos el hecho de que no éramos fértiles. Entonces, la adopción surgió como la mejor manera para abrir nuestro corazón y nuestro hogar y recibir a un niño (o como en nuestro caso, ¡a seis niños!) como un regalo de Dios”. —Rob and Robin Laird, Omaha, Nebraska

interesadas. La adopción es un regalo para el niño o la niña que recibe una nueva familia, para los padres que reciben un hijo o una hija para amar y criar, y para los padres biológicos quienes, con su abnegado amor, han hecho todo lo posible para brindarle a su hijo o hija un hogar bueno y un futuro prometedor. La  adopción beneficia también a la sociedad al contribuir a la cultura de la vida que reconoce la dignidad inherente de cada criatura. “Adoptar un embrión” se dice cuando un embrión abandonado es transferido al útero de una mujer dispuesta a gestar este niño con el fin de salvarle la vida. Muchos se preguntan si esto podría ser una forma legítima en la que parejas conscientes, en una manera que tiene el potencial de reafirmar la vida, podrían responder al terrible problema de los miles de embriones abandonados en las clínicas dedicadas a la FIV en Estados Unidos. Sin embargo, surgen serias preocupaciones morales acerca de la adopción de estos embriones, particularmente porque exige que la esposa, en la pareja adoptante, reciba en su útero a una criatura en embrión que no fue concebida por medio de la unión física con su esposo. La autoridad doctrinal de la Iglesia reconoce las preocupaciones morales asociadas con esta práctica. El estado lamentable de los embriones congelados y abandonados acentúa la necesidad que tiene nuestra sociedad de cesar prácticas como la FIV que,  periódicamente, producen muchos seres humanos “de repuesto” o no deseados.

Conclusión

La capacidad de cooperar con Dios para concebir y criar una criatura es uno de los dones más enaltecedores y profundos que pueda recibir un hombre y una mujer. No hay duda de que ciertas maneras de responder a este don respetan los bienes del amor conyugal y de la nueva vida, mientras que otras no. Algunas de las soluciones ofrecidas a las parejas infértiles hacen honor a su dignidad como individuos y como pareja, y a la plena dignidad humana de su hijo o hija, prestándoles ayuda para que su acto matrimonial sea vivificante. Los otros son esfuerzos moralmente erróneos para reemplazar el acto matrimonial y no merecen el enorme don que Dios les ofrece a los cónyuges al hacerles un llamado juntos, como esposos y como padres. En síntesis, los procedimientos que asisten el acto matrimonial en la procreación son moralmente aceptables, pero los que lo sustituyen, no lo son. Dios es amor. Nosotros, los seres humanos, hechos a su imagen y semejanza, hemos sido creados por amor y para amar, hemos sido llamados a compartir el amor incondicional de Dios con los demás y con el mundo. Por ser el matrimonio la primera y la más básica comunidad humana de amor, el Papa Juan Pablo II lo llamó “el sacramento primordial”

“Mientras me instruía mejor sobre lo que acarrea la FIV, me di cuenta de la sabiduría y belleza de las enseñanzas de la Iglesia en la defensa de mi dignidad  como mujer y en la protección de mi salud personal”. —Mary Louise Kurey, Chicago, Illinois

(Audiencia general, 6 de octubre de 1982). Esta comunidad, mediante su poder de procreación, sirve para continuar la creación amorosa de Dios. Con esta visión en mente, podemos entender que ciertos aspectos de la vocación del matrimonio y de la paternidad no pueden ser delegados a otros ni pueden ser reemplazados por la tecnología. Por haber sido hechos a imagen y semejanza de Dios, hemos sido llamados a imitarlo permitiendo que surja una nueva vida de la unión amorosa que convierte a dos personas en “una sola carne”. Los hijos no son posesiones de los padres para manufacturarlos, manipularlos o diseñarlos; más bien, son personas semejantes a ellos con plena dignidad humana y los padres están llamados a aceptarlos, cuidarlos y criarlos para que sean miembros nuevos de la familia de Dios y de su Reino. Los hijos merecen ser “engendrados, no hechos”. En amor, esperanza y oración, estemos entonces abiertos al don de vida y de amor de Dios en el matrimonio con un profundo respeto por la dignidad de todos los hijos y las hijas de Dios.

Para aprender más

Sitio Web

Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, https://www.usccb.org/issues-and-action/human-life-and-dignity/reproductive-technology/index.cfm (información bilingüe sobre las enseñanzas de la Iglesia, tecnologías reproductivas, tratamientos moralmente sólidos para casos de infecundidad y recursos pastorales para las parejas infértiles)

Documentos de la Iglesia

Congregación para la Doctrina de la Fe. Instrucción Dignitas personae (Instrucción sobre algunas cuestiones de bioética). 2008. www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20081208_dignitas-personae_sp.html.

Congregación para la Doctrina de la Fe. Instrucción Donum vitae (Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación).  www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19870222_respect-for-human-life_sp.html

Papa Juan Pablo II. Encíclica Evangelium vitae (El Evangelio de la vida). Washington, DC: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, 1995.

Declaraciones de los obispos de Estados Unidos

Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. El amor matrimonial y el don de la vida. Washington, DC: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, 2007.

Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Sobre la investigación con células madre embrionarias. 2008.

Artículos del programa de los obispos de Estados Unidos

“Respetemos la Vida” Alvaré, Helen. “La familia y la tecnología de la reproducción asistida”. Respetemos la Vida 2007.

Anderson, Marie, MD, FACOG, y John Bruchalski, MD. “Las tecnologías para la reproducción asistida atentan contra la mujer”. Respetemos la Vida 2004.

Mindling, Padre J. Daniel. “Cómo hablar de la fertilidad con compasión y claridad”. Respetemos la Vida 2009.

El documento El amor vivificante en una era tecnológica fue elaborado por el Comité de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB, por su sigla en inglés). El documento fue aprobado por el cuerpo de obispos católicos de Estados Unidos durante su reunión general en noviembre de 2009 y ha sido autorizado para su publicación por el suscrito.
Mons. David J. Malloy, STD Secretario General, USCCB


Extractos de la homilía del Papa Juan Pablo II en la Misa para las familias, Onitsha, Nigeria, copyright © 1982, Libreria Editrice Vaticana (LEV), Ciudad del Vaticano; extractos de las palabras del Papa Juan Pablo II en la Audiencia general del 13 de febrero de 1982, copyright © 1982, LEV. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados.
Las citas de los documentos del Concilio Vaticano II han sido extraídas de la página Web oficial del Vaticano. Todos los derechos reservados.

 

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Notas

1 Los médicos definen la infecundidad como la incapacidad de concebir después de transcurrir un año teniendo relaciones sexuales sin el uso de anticonceptivos.

2 Ritual del Matrimonio (Washington, DC: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos; Chicago, IL: Liturgy Training Publications; Yonkers, NY: Magnificat; Collegeville, MN: Liturgical Press, de próxima aparición), núm. 60.

3 Acerca de los métodos que tratan de ayudar a la pareja en el acto conyugal para concebir en vez de buscar algún otro método, vea “Reproductive Technology (Evaluation and Treatment of Infertility) Guidelines for Catholic Couples” [Normas para la tecnología reproductiva (evaluación y tratamiento de la infecundidad) con parejas católicas], www.usccb.org/prolife/issues/nfp/treatment.shtml (sólo en inglés).