Prácticas penitenciales para los católicos de hoy

Pr,cticas penitenciales para los cat,licos de hoy

En marzo de 2000, el Comité Administrativo autorizó al Comité para las Prácticas Pastorales a elaborar un breve resumen de la disciplina de la Iglesia respecto de las prácticas penitenciales. Este recurso busca promover las observancias del Año del Jubileo emprendidas en todas las diócesis y complementar la Declaración Pastoral sobre la Penitencia y la Abstinencia (1966) de los Obispos.

Este recurso se presenta como herramienta pastoral para cultivar las prácticas penitenciales en la vida cotidiana. Aunque su enfoque se limita a una discusión de las prácticas penitenciales de la Iglesia, sirve para promover estas prácticas en cuanto íntimamente relacionadas con el sacramento de la penitencia. Exhortamos a todos los fieles a aceptar la invitación del Señor a experimentar la misericordia de Dios mediante el sacramento de la penitencia, que está en el centro de la vida penitencial de la Iglesia.

Durante el Año del Jubileo, nosotros, la Iglesia, centramos nuestra atención en la persona de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Nuestro Santo Padre, el papa Juan Pablo II, urgió a todo el pueblo de Dios a crecer en conformidad con Cristo, que nos guía hacia el Padre mediante el don del Espíritu Santo. Una manera importante de crecer en el Señor es observar las prácticas penitenciales que nos fortalecen para resistir la tentación, nos permiten expresar nuestro pesar por los pecados que hemos cometido y nos ayudan a reparar las lágrimas causadas por nuestro pecar.

Las prácticas penitenciales adoptan muchas formas: disculparse ante los agraviados, sanar las divisiones dentro de nuestras familias, ayunar durante la  estación de Cuaresma, o aceptar con humildad las tareas domésticas de la vida. El propósito de la penitencia no es disminuir la vida sino enriquecerla.

Jesús, en el Evangelio de Mateo, nos llama a orar, ayunar y dar limosna: "Cuando recen, no hagan como los hipócritas", "cuando ayunen, no pongan cara triste", "cuando daslimosna, no debe saber tu mano izquierda loque hace tu derecha" (Mt 6:5, 16, 3, respectivamente).Como Iglesia, reflexionamos y rogamos por este llamado cada Miércoles de Ceniza. De una muy profunda manera, los tres ejercicios espirituales identificados por Jesús van dirigidos al cultivo de relaciones.

La oración, el proceso de escuchar y responder al llamado diario de Dios, sostiene y nutre nuestra relación con nuestro Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin la oración, personal y en comunidad, esta relación va disminuyendo, a veces hasta el punto del silencio completo de nuestra parte. Cada día el Espíritu de Jesús nos invita a entrar en esta seria conversación que lleva a la bendita comunión. 

El ayuno, una forma muy especial de penitencia, y segundo llamado de Jesús, ha sido parte constante de nuestra tradición católica. El ayuno nos ayuda a poner nuestra casa en orden. Todos nosotros tenemos que tratar con áreas de servidumbre: fumar o consumir alcohol, sexualidad mal empleada, juego descontrolado, inhibiciones psicológicas, obsesiones espirituales, uso de estimulantes, uso inmoderado de la internet, excesivas horas ante la televisión o preocupaciones por otras formas de entretenimiento. Con el ayuno y la autorrenuncia, llevando vidas moderadas, tenemos más energías que consagrar a los propósitos de Dios y una mejor autoestima que nos ayuda a sentir mayor interés por el bienestar de los demás.

La privación voluntaria del alimento crea en nosotros una mayor apertura al Espíritu de Dios y profundiza nuestra compasión por quienes se ven obligados a no alimentarse. La incomodidad producida por el ayuno nos une a los sufrimientos de Cristo. El ayuno debe traer a la mente los sufrimientos de todos  aquellos por quienes Cristo sufrió. Uno puede abstenerse de ciertos alimentos por propósitos estrictamente dietéticos, pero esto no sería penitencia cristiana. Por el contrario, nuestro ayuno y abstención constituyen respuesta a las obras del Espíritu Santo. Con el ayuno sentimos un hambre y sed más profundos de Dios. Paradójicamente, nos damos un banquete ayunando: un banquete con los valores espirituales que guían a las obras de caridad y servicio. ¿No proclamaba el profeta Isaías que tales obras caracterizan el ayuno que desea Dios?

¿No saben cuál es el ayuno que me agrada?
Romper las cadenas injustas,
desatar las amarras del yugo,
dejar libres a los oprimidos
y romper toda clase de yugo.
Compartirás tu pan con el hambriento,
los pobres sin techo entrarán a tu casa,
vestirás al que veas desnudo
y no volverás la espalda a tu hermano.
(Is 58, 6-7)

Nuestra celebración semanal –y para algunos, diaria– de la Eucaristía nos ofrece también la oportunidad de ayunar antes de recibir al Señor. Este ayuno eucarístico nos dispone a experimentar más profundamente la llegada del Señor y expresar nuestra seriedad y reverencia por la llegada del Señor en nuestras vidas. Esta práctica, junto con todas las demás prácticas penitenciales, es un medio para un fin: crecer en nuestra vida en Cristo. Cada vez que el medio se convierte en el fin, nos hacemos vulnerables al fariseísmo y la arrogancia espiritual.

El tercer llamado del Señor es dar limosna. Jesús siempre estuvo preocupado por los que eran pobres y necesitados. Se quedó impresionado por una viuda que, aunque teniendo tan poco, compartía sus recursos con los demás: "Créanme que esta pobre viuda depositó más que todos ellos. Porque todos dan a Dios de lo que les sobra. En cambio, la pobre dio lo que tenía para vivir" (Lc 21:3-4). Ser discípulo de Cristo significa llevar una vida de caridad. Ser discípulo de Cristo es llevar una vida bien administrada, haciendo generosa donación de nuestro tiempo, talento y tesoro.

El triple llamado de Nuestro Señor, a orar, ayunar y dar limosna, contiene una riqueza de interrelaciones. En la oración, el Espíritu Santo, siempre activo en nuestras vidas, nos muestra las áreas en que no somos libres –áreas de penitencia– así como a las personas necesitadas de nuestro cuidado. Mediante el ayuno, nuestro espíritu se abre más para escuchar el llamado de Dios, y recibimos nuevas energías para desempeñar obras de caridad. Dar limosna nos pone en contacto con los necesitados a quienes luego ponemos delante de Dios en la oración.

En el centro de toda penitencia está el llamado a la conversión. El imperativo de Jesús "Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva" (Mc 1:15) hace explícita esta conexión entre el auténtico discipulado y la disciplina penitencial. El discipulado, el seguir a Jesús, incluye la disciplina, un firme compromiso de hacer todo lo que se deba hacer para promover el reino de Dios. Vista de esta manera, la virtud de la penitencia no es opcional, tal como la desyerba de un  huerto no es opcional para un cuidador responsable. El hortelano está interesado en una cosecha abundante; el discípulo está interesado en una mayor conformidad con la persona de Jesús.

Si asumimos con seriedad la disciplina penitencial que tiene su raíz en el llamado al discipulado, entonces identificaremos momentos y lugares específicos para la oración, la penitencia y las obras de caridad. Crecer en madurez espiritual demanda un cierto nivel de especificidad, pues muestra que tomamos en serio el llamado de Dios a la disciplina y que estamos dispuestos a hacernos responsables de nuestros actos. En nuestra tradición católica especificamos ciertos días y tiempos para trabajos especiales de penitencia: los viernes, en que conmemoramos la muerte del Señor, y la Cuaresma, nuestros cuarenta días de preparación para los misterios de la Pascua.

Rememorando la Pasión y Muerte de Nuestro Señor el Viernes Santo, atribuimos a todos los viernes un significado especial. La autorrenuncia y ofrenda de sí mismo que hizo Jesús nos invitan a entrar libremente en su experiencia privándonos del alimento, soportando humillaciones y perdonando a quienes nos agravian. Mediante la gracia del Espíritu Santo, principal agente de toda transformación espiritual, esto puede hacerse, y hacerse con un espíritu de sereno regocijo. Para los cristianos, el sufrimiento y la alegría no son incompatibles.

El estación de Cuaresma ha sido tradicionalmente un periodo de prolongada penitencia para la comunidad cristiana. Juntos nos preparamos para los grandes misterios de la Pascua comprometiéndonos a cumplir nuestro llamado bautismal a la madurez, santidad, servicio y comunidad. Nuestra respuesta a cada llamado exigirá sacrificio, mortificación, ascetismo y negación de nuestro propio albedrío. La mortificación nos ayuda a "hacer morir" las células cancerosas del pecado; el ascetismo inculca una disciplina que nos hace cada vez más libres y responsables. Nuevamente, esta acción y gracia del Espíritu Santo es lo que nos ilumina, nos inflama y nos potencia para vivir con mayor plenitud el camino del discipulado. 

Nuestra cultura estadounidense, que enfatiza el tener muchas posesiones y la excesiva preocupación por uno mismo, tiene dificultad para aceptar las prácticas penitenciales de nuestra tradición católica. Las filosofías actuales quisieran hacernos creer que estamos aquí para ser entretenidos y que hemos nacido para estar contentos. El mensaje de Jesús es de servicio: "El Hijo del Hombre no vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida por los hombres, para rescatarlos" (Mc 10:45). En este contexto moderno, cumplimos nuestra misión de evangelización viviendo el Evangelio. Dar testimonio de los valores del Evangelio nos ayuda a transformar nuestra cultura. Nuestra cultura tiene mucha necesidad de justicia y caridad, virtudes que no pueden alcanzarse sin la gracia y la apertura a la conversión. Siempre hay en la mente y el corazón áreas que no han sido convertidas; siempre hay en nuestras estructuras sociales factores que necesitan erradicación, reparación o restitución. Todos nosotros estamos llamados a participar en esta obra evangelizadora de transformar nuestro mundo.

Durante el Año del Jubileo, nuestro Santo Padre nos llamó a la conversión, reconciliación y solidaridad. Para seguir viviendo este llamado, podríamos asumir las obras espirituales y corporales de misericordia como modelo penitencial. Estas catorce prácticas exigen gran sacrificio y generosidad; a la vez, nos llevan más profundamente a la conformidad con el Señor. Centrarse en una de estas obras cada semana puede ser una manera práctica de integrarlas en nuestra vida personal, familiar y parroquial.

Obras corporales de misericordia

  • Alimentar a los hambrientos
  • Cobijar a los sin techo
  • Vestir a los desnudos
  • Visitar a los enfermos
  • Visitar a los encarcelados
  • Dar de beber a los sedientos
  • Enterrar a los muertos

Obras espirituales de misericordia

  • Convertir a los pecadores
  • Instruir a los ignorantes
  • Aconsejar a los indecisos
  • Consolar a los afligidos
  • Soportar con paciencia las injusticias
  • Perdonar los agravios
  • Orar por los vivos y por los muertos

Las prácticas penitenciales expresan en signos y acciones visibles la conversión interior del corazón. Como estamos llamados por Jesús a darnos enteramente al Padre, la conversión significa una reorientación radical de nuestra vida toda hacia el reino de Dios. Nos apartamos del mal, resolvemos no  pecar y confiamos en la asombrosa gracia de Dios. Habrá tristeza por las injusticias pasadas pero profunda alegría en las obras de la gracia.

Al final, nuestra vida en Cristo consiste en amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma, y en compartir el amor de Dios con los demás. Las prácticas penitenciales son esenciales para apartarnos del pecado, creer en el Evangelio y compartir el amor de Dios.

EJEMPLOS DE EXPRESIONES DE PENITENCIA

  • Esfuerzos de reconciliación con un miembro de la familia o vecino
  • Lágrimas de arrepentimiento
  • Preocupación por la salvación de nuestros hermanos y hermanas
  • Oración a los santos por su intercesión
  • Aceptación paciente de la cruz que debemos llevar para ser fieles a Cristo
  • Defensa de la justicia y el derecho
  • Admisión de los pecados ante Dios y ante los demás en corrección fraterna mutua
  • Ofrecimiento y aceptación de perdón
  • Soportar la persecución por el reino de Dios
  • Desarrollar un espíritu de penitencia
  • Testimonio de un modo de vida cristiana