Katie Prejean McGrady

 

Todo lo que hacemos, en esta fiesta y durante todo el año, debería ser en honor de Jesús como Rey.

Voté el martes. Como muchos estadounidenses, llegué con mi licencia de conducir, hice la fila y elegí a quien me gustaría que me represente en el Congreso.

Cuando presioné el botón naranja brillante de "emitir voto" y salí de detrás del cortinado para buscar mi pegantina "YO VOTÉ", pensé para mí: "Bueno... pase lo que pase, y gane quien gane... Jesús sigue siendo Rey, no importa lo que pase”.

Ese breve pensamiento no es para desestimar nuestras obligaciones cívicas de votar en las elecciones sobre nuestros funcionarios y otras cuestiones importantes. Pero pase lo que pase en Washington D.C. o en la alcaldía de mi pueblo es totalmente secundario a la realidad innegable de que Cristo es Rey, y, así, debería ser el Rey de mi corazón y el Rey de mi vida.

De niña, la fiesta de Cristo Rey no significaba mucho para mí (más que marcar el final del Tiempo Ordinario, lo cual significaba que estaba llegando el Adviento, lo que significaba que estaba cerca la Navidad, lo que equivalía a regalos y comida y regalos y Santa Claus y regalos). Pero a medida que fui creciendo y estudié teología, y luego comencé a enseñar teología a alumnos de noveno grado, me empecé a dar cuenta de que esta Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, es mucho más importante de lo que yo sabía, porque en esta fiesta recordamos que las cosas de este mundo un día pasarán, pero Jesús aún será Rey.

En definitiva, celebrar la solemnidad de Cristo Rey es un reconocimiento de la confianza inmensa que tenemos que poner en Jesús. Si él es Rey y vivimos en su reino, entonces tenemos que poner nuestras esperanzas y sueños, nuestra confianza y seguridad en su poder, que es eterno, glorioso y dador de vida.

Todo lo que hacemos, en esta fiesta y durante todo el año, debería ser en honor de Jesús como Rey. La manera en que lavamos los platos, en que leemos libros a nuestros hijos, en que vamos a trabajar, pagamos las cuentas, estudiamos para la escuela —todo lo que hacemos, desde las tareas más nobles a las más mundanas puede ser un momento para confiar y sentirnos seguros en el poder de Jesucristo como Rey, y para pedirle que nos muestre su poder en nuestra vida y en nuestro mundo.

Mientras iba a las urnas y emitía mi voto, lo hacía con la esperanza de que mi pueblo y este país sean representados por mujeres y hombres buenos y que se implementen medidas y leyes para sostener el bien común y defender la vida humana. Pero mi esperanza y confianza en definitiva no descansan en leyes mundanas o medidas electorales ni  con hombres y mujeres en cargos electivos: mi esperanza y confianza en definitiva está en Jesucristo, el Rey del Universo, cuyo poder es inagotable y cuyo amor es abundante y perfecto.

 


Katie Prejean McGrady fue una delegada de Estados Unidos enviada por la USCCB a la reunión de los jóvenes previa al Sínodo del Vaticano. Ella es una oradora católica y autora de Follow: Your Lifelong Adventure with Jesus (Ave María Press). Ella vive en Lake Charles, LA, con su esposo e hija.

 

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