Una reflexión sobre el ayuno cuaresmal

Por el Rev. Daniel J. Merz

En la Iglesia primitiva y, en una menor medida hoy día también, había dos ayunos. Había el "ayuno total" que precedía a las fiestas más importantes o los acontecimientos sacramentales. El nombre antiguo de este ayuno era "statio" del verbo "sto, stare", que quería decir estar vigilante. El segundo ayuno era un ayuno de abstinencia de ciertos alimentos, como carnes o grasas. Esto era más un acto de auto-disciplina o auto-control. El ayuno statio era total y un medio de vigilar y esperar… a algo. El ayuno de abstinencia era más general o personal, para ayudarse a uno mismo a ser más disciplinado. El ayuno total todavía se guarda hoy antes de la recepción de la Sagrada Comunión. Después de la Comunión, el ayuno total se acaba porque Jesús había dicho explícitamente que no ayunamos mientras el novio está entre nosotros, es decir, que lo que estamos esperando ya ha llegado y se ha terminado la espera. Por otro lado, el ayuno de abstinencia se permitía los domingos, porque la continuidad de la abstinencia puede ser importante para ser más eficaz.

Estas observaciones iniciales, por tanto, nos enseñan que la Eucaristía siempre es el final de una preparación. Siempre es el cumplimiento de una expectativa. En la Iglesia ortodoxa durante la Cuaresma, se tiene la Eucaristía solamente el sábado y el domingo. Pero como los miércoles y viernes son de ayuno total, esos dos días también son días de servicio de Comunión (Liturgia de lo Pre-santificado) que se tienen en la tarde, es decir, después del día de la preparación. El ayuno siempre es preparatorio.

¿Pero cómo se convirtió el ayuno en una parte tan importante de preparación para la Eucaristía y de aprender virtud a través de la auto-disciplina? El ayuno cristiano se revela en una interdependencia entre dos acontecimientos en la Biblia: el "romper el ayuno" de Adán y Eva; y el "guardar el ayuno" de Cristo al principio de su ministerio.

La caída de la humanidad de Dios y en el pecado empezó con la comida. Dios había proclamado un ayuno del fruto de un solo árbol, el árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén 2, 17) y Adán y Eva lo rompieron. El ayuno aquí está conectado con el propio misterio de la vida y la muerte, de la salvación y la condenación. La comida perpetúa la vida en este mundo físico, que está sujeto al deterioro y la muerte. Pero Dios "no creó la muerte" (Sab 1, 13). La humanidad, en Adán y Eva, rechazó una vida dependiente únicamente de Dios a favor de otra que era dependiente en "solo de pan" (Dt 8, 3; Mt 4, 4; Lc 4, 4). El mundo entero fue entregado al hombre como un tipo de alimento, un medio de vida, pero la "vida" se entiende como comunicación con Dios, no como comida ("su dios es el vientre", Fil 3, 19). La tragedia no es tanto que Adán comió, sino que tomó comió por comer, "aparte" de Dios, y para ser independiente de él. Creyó que la comida tenía vida en sí misma y por lo tanto él podía "ser como Dios". Y puso su fe en la comida. Este tipo de existencia parece estar construido sobre el principio de que el hombre de hecho vive "solo del pan".

Sin embargo, Cristo es el nuevo Adán. Al principio de su ministerio en el Evangelio de Mateo, leemos "Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre". El hambre es el estado en el que nos damos cuenta de nuestra dependencia de algo más—cuando nos enfrentamos a la pregunta última: "¿De qué depende mi vida?" Satán tentó a Adán y a Cristo, diciendo: Come, porque tu hambre es la prueba de que dependes totalmente de la comida, y que tu vida está en la comida. Adán creyó y comió. Cristo dijo, "No sólo de pan vive el hombre" (Mt 4, 4, Lc 4, 4). Esto nos libera de la dependencia total del alimento, de la materia, del mundo. Así que para el cristiano, el ayuno es la única manera en que el hombre recupera su verdadera naturaleza espiritual. Para que el ayuno sea eficaz, por tanto, el espíritu debe ser parte de él. El ayuno cristiano no está preocupado con perder peso. Es un asunto de oración y del espíritu. Y por eso, porque es verdaderamente un lugar del espíritu, el verdadero ayuno podría llevar a la tentación, y a la debilidad, y a la duda y a la irritación. Es decir, será una verdadera lucha entre el bien y el mal, y es muy posible que fallemos muchas veces en estas batallas. Pero el mismo descubrimiento de la vida cristiana como "lucha" y esfuerzo es un aspecto esencial del ayuno.

La tradición cristiana puede nombrar al menos siete razones para ayunar:

  1. Desde el principio, Dios pidió algún ayuno y el pecado entró en el mundo porque Adán y Eva rompieron el ayuno.
  2. Para el cristiano, el ayuno es finalmente una cuestión de ayunar del pecado.
  3. El ayuno revela nuestra dependencia de Dios y no los recursos de este mundo.
  4. El ayuno es un modo antiguo de prepararse para la Eucaristía—el alimento más verdadero.
  5. El ayuno es preparación para el Bautismo (y todos los sacramentos), para la recepción de la gracia.
  6. El ayuno es un medio de conservar recursos para dárselos a los pobres.
  7. El ayuno es un medio de disciplina, castidad, y el refrenar los apetitos.

Este artículo está inspirado en los escritos de Alexander Schememann, "Notes on Liturgical Theology", St. Vladimir Seminary Quarterly, Vol. 3, n. 2, Winter 1959, pp. 2-9.